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LO QUE SE PINTA
Y LO PINTADO
Antonio
Licerán, amigo e hijo de amigos. Conozco su trayectoria desde toda su vida.
Preparado por unos padres ejemplares en el mundo de la cultura. Su formación y
su buena base lo llevan a profesor en enseñanza. Su interés por la pintura y su
creatividad le vienen de niño, desarrollando esta actividad desde pequeño con
ilusión y siempre con la preocupación por la evolución de la pintura.
Las primeras obras suyas estaban llenas de deseos y
buscando la perfección. Con el tiempo y la experiencia se va dedicando más a la
investigación de su propia pintura y de la pintura que le rodea. Se relaciona
con pintores que le ayudan a madurar.
En su obra está la inquietud que le pertenece por su
juventud. Licerán siempre mantiene la ilusión por los nuevos logros. En esta
exposición, nos sorprende con un nuevo trabajo, nos enseña un lenguaje algo
distinto a lo anterior sin dejar de ser él. Aparece la figura humana y le da
prioridad por delante de sus ya conocidos paisajes y temas de naturaleza viva,
los cuales quedan archivados por el momento en su memoria.
En este momento, me habla con ilusión del nuevo
proyecto de la expresión o lenguaje expresivo y lo marca en su nueva etapa.
Viendo algunas de estas obras, doy fe de este paso
adelante seguro e inteligente en su obra. Si tuviera que darle un consejo,
aunque el mejor consejo es el que no se da, : “Antonio, mira y estudia la Historia del Arte y su evolución con el
conocimiento de lo hecho. La propia creación engrandece el arte. Viajar, vivir
nuevas experiencias, salir de la monotonía y círculos cerrados, tener
encuentros con lo desconocido. De esta manera enriquecerás tu conocimiento”.
Antonio Licerán es una persona inquieta, con sentido
del humor y creador. Y estas son bases muy importantes para su trayectoria
artística.
Manuel Coronado
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Perdona, querido lector, pero, en este momento, no sé si me encuentro feliz o triste, rebosando alegría o la tristeza me inunda, porque las leyes del corazón no se rigen por las leyes de la razón. O el mundo está al revés o yo me encuentro desubicado. O tal vez viva yo tan feliz en esa otra realidad. No puedo especificarlo. Intenten comprenderlo.
Puede que
sean los años, la vida o los desengaños quienes me han hecho tan sensible que,
cada día, a cada momento, me sorprendo con cada uno de los pasos que me guían.
Y me muevo, puedo asegurarlo, en este mundo materialista en el que vivo y
observo, intentando comprender a cada uno de los niños con los que convivo a
diario, con los que consumo mi vida en tal empeño, y no lo consigo aunque algo
tengo claro a la vista de estas veinte sanguinas: “Qué fácil es ser feliz con la
nada”.
Con qué
facilidad se elabora a veces un panegírico de un artista, a la vista de su
obra, y con qué dificultad se encuentra en esta ocasión el que suscribe.
Porque
Licerán nos transmite en esta exposición, no sé si intencionadamente, pero lo
ha logrado, una colección de miradas limpias y puras. Miradas que nos llegan de
lejos, cargadas de vida para llenarnos, que nos fascinan y nos embargan, que
nos abstraen y nos invitan a la reflexión. No las entiendo, no son del mundo
que conozco a diario y por ello, tampoco quiero entenderlas, no quiero
comprenderlas. Simplemente me gustan y habrán de permitirme que las disfrute y
les haga cómplices de mi gozo.
Del resto
de esta muestra, no me queda, tras la emoción precedente, más que decirles que,
el maestro de la luz y el color, ha atrapado en su pincel, como ya nos tiene
habituados, los más bellos rincones de su pueblo, de este pueblo que ha sabido,
como el ave fénix, resurgir de sus cenizas y erguirse en referente
mediterráneo, para llenar nuestros ojos de azules y blancos, de arenas y brisas
salinas, de calas recónditas en las que las algas y la brea se agolpan para
regalarnos sus aromas abanicadas por las palmas de las palmeras que peinan las
tardes aguileñas.
Ánimo
maestro. Que nos hagas ser destinatarios de tus regalos durante muchos más años
para poder seguir alimentando nuestro espíritu con la delicadeza que brota de
estas obras al tiempo que transportamos nuestras miradas a ese impreciso
destino en el que habitan las miradas limpias y puras que invitan a la
reflexión.
Trinidad.