sábado, 19 de junio de 2004

EXPOSICIÓN: "CAMINOS DE LUZ"


































Hace 34 años que Águilas vio nacer a ANTONIO LICERÁN HERNÁNDEZ en el seno de una familia en la que los lápices y los colores Alpino, adornaban, como búcaros repletos de flores, todas las estancias de la casa. Mari Hernández, su madre, maestra y buena aficionada al arte y Rafael Licerán, su padre, empleado de banca, tenían en ellos sus útiles de trabajo diario. En ese ambiente creció Antonio, que no nació pintor, pero casi.

         Desde hace cuatro años, ejerce como Jefe de Estudios y Maestro del C.E.I.P. Mediterráneo de nuestra localidad, en el que este Curso ha llevado a cabo, como Coordinador, un Seminario de iniciación a la acuarela con los profesores del Centro.

         Licerán, es amante de actividades al aire libre, la música, los viajes y en la naturaleza es donde se inspira y encuentra las ideas que, con delicadeza y acierto, plasma en el papel. En esta colección de pasteles nos muestra una dualidad temática en continuo juego con los azules y verdes de nuestro litoral, los ocres y los blancos de nuestra naturaleza, caminos  y casas rurales con almendros en explosión de blancos rosáceos…

         Como amante de la fotografía, trae a su objetivo una muestra de rincones bellos para insinuarnos la luz de nuestras bahías, la sutileza de líneas de la Isla del Fraile o nos recorta el castillo desde distintos enclaves desnudando la realidad que vemos. El casino, las plazas, incluso el mar, todo se esconde,  jugueteando con la forma y el color, tras alguna palmera o un macizo de margaritas. Hasta el agua de la Pava de la Balsa se entremezcla con la espuma en su blanca levedad marcando nuevos caminos de luz.

         La obra de Licerán ve la luz al público por primera vez en Noviembre de 2002 en una exposición conjunta llevada a cabo en el Aula de Cultura Francisco Rabal. En el año 2003, expone en la sala de CajaMurcia una colección de acuarelas que sorprendió por la frescura de su trazo y el tratamiento del color. Esta es su tercera exposición y en ella nos muestra su pueblo al pastel recorriendo caminos andados, recuerdos vividos y ensoñaciones cromáticas que, por su encanto, su luz o su belleza, nos sorprenderán con la misma fuerza y delicadeza con la que el artista ha disfrutado antes, durante y después de realizar esta obra.


                                                                                              Trinidad.

jueves, 3 de junio de 2004

Artículos Trinidad.

Hace 34 años que Águilas vio nacer a ANTONIO LICERÁN HERNÁNDEZ en el seno de una familia en la que los lápices y los colores Alpino, adornaban, como búcaros repletos de flores, todas las estancias de la casa. Mari Hernández, su madre, maestra y buena aficionada al arte y Rafael Licerán, su padre, empleado de banca, tenían en ellos sus útiles de trabajo diario. En ese ambiente creció Antonio, que no nació pintor, pero casi.

         Desde hace cuatro años, ejerce como Jefe de Estudios y Maestro del C.E.I.P. Mediterráneo de nuestra localidad, en el que este Curso ha llevado a cabo, como Coordinador, un Seminario de iniciación a la acuarela con los profesores del Centro.

         Licerán, es amante de actividades al aire libre, la música, los viajes y en la naturaleza es donde se inspira y encuentra las ideas que, con delicadeza y acierto, plasma en el papel. En esta colección de pasteles nos muestra una dualidad temática en continuo juego con los azules y verdes de nuestro litoral, los ocres y los blancos de nuestra naturaleza, caminos  y casas rurales con almendros en explosión de blancos rosáceos…

         Como amante de la fotografía, trae a su objetivo una muestra de rincones bellos para insinuarnos la luz de nuestras bahías, la sutileza de líneas de la Isla del Fraile o nos recorta el castillo desde distintos enclaves desnudando la realidad que vemos. El casino, las plazas, incluso el mar, todo se esconde,  jugueteando con la forma y el color, tras alguna palmera o un macizo de margaritas. Hasta el agua de la Pava de la Balsa se entremezcla con la espuma en su blanca levedad marcando nuevos caminos de luz.

         La obra de Licerán ve la luz al público por primera vez en Noviembre de 2002 en una exposición conjunta llevada a cabo en el Aula de Cultura Francisco Rabal. En el año 2003, expone en la sala de CajaMurcia una colección de acuarelas que sorprendió por la frescura de su trazo y el tratamiento del color. Esta es su tercera exposición y en ella nos muestra su pueblo al pastel recorriendo caminos andados, recuerdos vividos y ensoñaciones cromáticas que, por su encanto, su luz o su belleza, nos sorprenderán con la misma fuerza y delicadeza con la que el artista ha disfrutado antes, durante y después de realizar esta obra.


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Antonio Licerán Hernández vio la luz en Águilas un 23 de Marzo. Nacer en Águilas, paraíso de luz donde el sol tiene su morada permanente, es un privilegio que adorna a todo ser humano que ha tenido esa dicha y que jamás, a lo largo de su vida, le abandona. Nacer cuando la primavera aún no ha dado sus primeros pasos, es otro privilegio que sólo se da una vez al año. Quienes tienen esa dicha no saben lo que tienen. ¿O tal vez sí? En Antonio Licerán Hernández son coincidentes ambas circunstancias. Si el sol aporta al artista la luminosidad de Sorolla, la Primavera, sin duda, aportará toda su vitalidad y la eclosión de colorido y vida se verá reflejada en la obra. Cuando cada año me toca hablar de Licerán, mis neuronas viven una agitación especial propia del gozo de tener ante mi al amigo, al compañero, a la persona, al artista y, como no, la obra. Obra que año tras año se ve avanzar, como la vida en primavera. Y avanzar con paso firme y seguro, como demuestran los trazos de este niño grande sobre el papel. Tras un año de compaginar su trabajo como director del CEIP. Mediterráneo con viajes a los más bellos lugares de la geografía española, que tan bien conoce, ausente de las galerías y las exposiciones, vuelve en esta ocasión, en la que completará su cuarta exposición, para estrenar el año en Murcia y regalarnos una colección de acuarelas y pasteles en las que vuelca las imágenes que inundaron sus pupilas en los meses previos. El camino de Santiago, las marinas aguileñas (con la vetusta y emblemática Torre de Cope presente), escenas campestres, macizos de emergentes margaritas y… la novedad: Para esta ocasión no ha querido centrarse sólo en su mundo más conocido y cercano. Ha ampliado sus miras para volver a sorprendernos al traer ante nosotros una colección de rincones panorámicos de la capital, de Murcia. Dedicar un momento del día a visitar la exposición con la obra de Licerán, va a resultar un ejercicio gratificante tanto para la vista como para el alma. Ejercicio recomendado, sobre todo en estos tiempos de estrés y locura. Al terminar, coincidirán conmigo en que el brillo rutilante de las bahías aguileñas y los perfúmenes de las treinta y cinco primaveras que adornan al artista, han dado su fruto.


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Perdona, querido lector, pero, en este momento, no sé si me encuentro feliz o triste, rebosando alegría o la tristeza me inunda, porque las leyes del corazón no se rigen por las leyes de la razón. O el mundo está al revés o yo me encuentro desubicado. O tal vez viva yo tan feliz en esa otra realidad. No puedo especificarlo. Intenten comprenderlo.

Puede que sean los años, la vida o los desengaños quienes me han hecho tan sensible que, cada día, a cada momento, me sorprendo con cada uno de los pasos que me guían. Y me muevo, puedo asegurarlo, en este mundo materialista en el que vivo y observo, intentando comprender a cada uno de los niños con los que convivo a diario, con los que consumo mi vida en tal empeño, y no lo consigo aunque algo tengo claro a la vista de estas veinte sanguinas: “Qué fácil es ser feliz con la nada”.

Con qué facilidad se elabora a veces un panegírico de un artista, a la vista de su obra, y con qué dificultad se encuentra en esta ocasión el que suscribe.

Porque Licerán nos transmite en esta exposición, no sé si intencionadamente, pero lo ha logrado, una colección de miradas limpias y puras. Miradas que nos llegan de lejos, cargadas de vida para llenarnos, que nos fascinan y nos embargan, que nos abstraen y nos invitan a la reflexión. No las entiendo, no son del mundo que conozco a diario y por ello, tampoco quiero entenderlas, no quiero comprenderlas. Simplemente me gustan y habrán de permitirme que las disfrute y les haga cómplices de mi gozo.

Del resto de esta muestra, no me queda, tras la emoción precedente, más que decirles que, el maestro de la luz y el color, ha atrapado en su pincel, como ya nos tiene habituados, los más bellos rincones de su pueblo, de este pueblo que ha sabido, como el ave fénix, resurgir de sus cenizas y erguirse en referente mediterráneo, para llenar nuestros ojos de azules y blancos, de arenas y brisas salinas, de calas recónditas en las que las algas y la brea se agolpan para regalarnos sus aromas abanicadas por las palmas de las palmeras que peinan las tardes aguileñas.



Ánimo maestro. Que nos hagas ser destinatarios de tus regalos durante muchos más años para poder seguir alimentando nuestro espíritu con la delicadeza que brota de estas obras al tiempo que transportamos nuestras miradas a ese impreciso destino en el que habitan las miradas limpias y puras que invitan a la reflexión.


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Dirige en esta ocasión Licerán sus pasos y su mirada a descubrirnos los secretos de esas piedras inmortales que blasonan la arquitectura de esta ciudad de Lorca tan cargada de historia como de belleza.

Arquitectura urbana, calles, plazas, recoletos rincones… de todo ello nos enseña Licerán que nada es tal cual lo vemos sino más bien como lo imaginamos y para ello nos muestra motivos imprescindibles que nos hagan percibir con mínimos detalles alguna nueva impresión, un rayo de luz, que nos lleve a la inevitable pregunta de ¿a qué hora, en qué instante el trazo del pincel tomó vida?

Pero sólo él guarda la respuesta en su retina y sólo él puede actuar de notario de esa magia dando fe de los momentos que le embargaron y que nos brinda este rancio paisaje.

Plasmar tantos siglos de historia en esta obra no ha sido tarea fácil. Antonio lo ha conseguido y ha sido, para esta ocasión, nuestro guía urbano, cicerone de lujo con el que recorremos estos museos urbanos que nos hablan de la defensa morisca, de las casas señoriales, de los símbolos más significativos de los archiconocidos desfiles procesionales, del misterio de sus calles...

También nos trae una muestra de la luz y la sal de la vecina costa aguileña para seguir alimentando nuestro espíritu con la delicadeza que brota de sus obras. Reflejos marinos, barcas cargadas de la fatigosa faena marinera que encuentran su reposo en el puerto, retratos y miradas.



Una suma en fin de impresiones, tan diversas como hermosas, que nos dejarán ese regusto agradable que produce el trabajo bien hecho.


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Desde este rinconcito, apartado del ajetreo de la pululación, desde el que la inclinación a la ternura se hace esencia y esencial, me permito, como artista plástico, mirarlo todo con el detenimiento necesario para, si la suerte y las musas me acompañan, intentar acercarme a la síntesis del lirismo a través de la forma y el color por si así,  desde esa óptica, llegara a encontrar o encontrarme con aquellos significados que los objetos que me rodean llevan ocultos a otras miradas.

Porque pintar es sólo el acto último de un pintor, la herramienta para explicar lo que se siente, lo que se piensa, el misterio…

Y ha sido y es desde esta perspectiva, caprichosa por elección y convencimiento, desde donde me he permitido dar vida en esta Exposición a esas otras miradas que me aportaban lo que en la cotidianeidad acompaña mis pasos, mis sentidos, mi vida.

Me refiero a esas transparencias vítreas que me permiten traer el color y la forma de los peces a un primer plano, sacarlos de su ambiente natural en el que permanecen ocultos a la vista y acercarlos a cualquier mirada con todo su protagonismo.


Me refiero igualmente al perfume de los tiestos del balcón, esos seres que vemos como inertes sin dejar de ser fuente de vida; esas piezas que nos aporta la naturaleza en forma de tierra y agua y que gracias a la mano del alfarero tornan almas cautivadoras …el artista que hace de un lugar una obra.